Si los premios dados al trabjador honrado han sido merecidos, tanto como el que más hubiera sido el que se concediese al que más que Médico, pudiera llamarse padre cariñoso del pueblo de Rute.
Formará época el sentimiento general, la dolorida manifestación en que desde el más rico al más pobre, y en que no faltaban ni mujeres ni niños, seguían con la más verdadera pena retratada en el rostro, el cadáver del insigne Médico. En las ventanas, en los balcones del tránsito, no había un sitio vacío, y fueron muchas las lágrimas vertidas en esa tarde. Hasta el cielo, despejado y risueño por la mañana, se encapotó y rompió a llover por la tarde, como asociándose a la general tristeza. Y es que, no en vano se pasa una vida entera dedicado a servir a todos; a procurar el consuelo del padre, del esposo, del hijo, del hermano, del amigo afligido ante penosa y grave enfermedad. Y este trabajo hecho sin vacilaciones, sin variación siempre firme en el yunque, arrostrando con toda calma y serenidad, la verdadera calle de Amargura que todo Médico, cumplidor de su deber recorre.
Por eso sus hijos, toda su familia tan querida por él, podrán ostentar con orgullo, algo que vale más que el dinero, (aun en estos tiempos tan metalizados,) y es, el nombre, la fama imperecedera de hombre honrado, de hombre bueno, a quien las generaciones presentes que lo han conocido, como los futuros por lo que oirán de él, no olvidarán mientras exista Rute.
Fernando La Moneda